Déjame plantearte una curiosidad sobre la civilización y la biología desde otra perspectiva, y es que los humanos anatómicamente modernos surgieron en África hace unos 200.000 años, en un emplazamiento al sur del río Zambeze en el norte de Botsuana, considerada la población fundadora de todos los humanos modernos.
Resultará sorprendente que si recogiésemos huesos de aquel antiguo asentamiento humano y se los entregamos, junto con los huesos de humanos contemporáneos a un médico forense, el experto no sería capaz de encontrar diferencias significativas.
Es decir, seguimos siendo los mismos Homo sapiens de hace 200.000 años. Al comparar aquella comunidad de humanos a
orillas del río Zambeze con nosotros, descubriremos que la esencia biológica de los humanos, increíblemente ¡no ha cambiado hasta nuestros días!
¿Qué relación pueden tener la civilización y la biología?
No hay duda que compartimos con nuestros «tatarabuelos ancestrales» la misma biología pero ya no el mismo entorno.
Existe una diferencia muy importante, los primeros humanos no vivían estresados por los incesantes sonidos y vibraciones con nuevos mensajes en los móviles y las alertas producidas por correos electrónicos que no paran de llegar a toda hora, por mencionar
solo algunos de los factores estresantes de la civilización.
En nombre de la civilización vivimos rodeados por potentes antenas de telefonía, internet, radio y televisión. Millones de kilómetros de cables atraviesan por debajo de las ciudades y de nuestras casas. Estos cables, también van de un continente a otro, atravesando los fondos marinos de todos los océanos, produciendo campos magnéticos y radiaciones de toda índole, la contaminación electromagnética afecta a todos los seres vivos sobre la tierra y en los mares.
Esto no es todo, la civilización trajo consigo algo aún mucho más «nuevo» para el Homo sapiens, introdujo en todos los ámbitos de su vida una química derivada del petróleo y drogas farmacéuticas, una nueva generación de medicinas químicas. Es notorio como esos nuevos
medicamentos no curan, solo ocultan los síntomas, y esa es la razón por la que cada vez más personas terminan medicadas DE POR VIDA.
¿Cómo reacciona nuestro cuerpo ante estos agresores tecnológicos y químicos?
Nuestro cuerpo se defiende ante estos agresores de varias maneras y es muy probable que reconozcas algunas de estas formas.
La reacción más conocida es el ESTRÉS. Se trata de una dolencia moderna, que afecta la mente y el cuerpo. El estrés es un mecanismo biológico de defensa ante alguna amenaza o peligro, conocido como «ataque, parálisis o huida» y se ubica en una de las estructuras más primitiva en nuestro cerebro, la amígdala.
Ante una situación de peligro para nuestra integridad física, desde la amígdala cerebral se origina la liberación de mensajeros químicos que resultan en la producción de cortisol, una hormona que incrementa la presión sanguínea, la concentración de glucosa en la sangre y suprime el sistema inmunitario.
Este mecanismo existe en el Homo sapiens para reaccionar ante amenazas físicas como un ataque o desastre natural. Pero en las ciudades civilizadas no nos amenazan fieras hambrientas, pero sí nos amenazan los correos electrónicos de despidos laborales, los mensajes de bancos por cobros de deudas y los avisos que solo queda 10% de batería en el móvil.
¿Qué tipo de amenazas son estás?
Son amenazas inmateriales que generan respuestas emocionales de miedo e inseguridad, las que activan el mecanismo de respuesta corporal de «ataque, parálisis o huida» solo que en estos casos no hay de quien huir o a quien atacar, entonces el cuerpo se queda hiperactivado pero sin más enemigo que su propia mente y sus propias emociones. La evolución biológica aún no ha sustituido este mecanismo de defensa natural por otro contra los mensajes del WhatsApp.
Otra reacción de nuestro cuerpo a los agresores civilizados es menos conocida pero no por ello menos peligrosa, se trata de las ondas electromagnéticas. Un estudio en Massachusetts publicado en 1993 mostró una asociación significativa entre la cercanía a cables eléctricos y síntomas depresivos; es decir, las personas que podían ver las torres desde su casa o jardín tenían casi tres veces más probabilidad de experimentar depresión que aquellos que viven más lejos de los cables eléctricos.
Un estudio finlandés realizado unos pocos años después confirmó un riesgo mucho más alto de sufrir depresión entre aquellas personas que viven a 100 yardas o menos de cables eléctricos de alta tensión.
El cuerpo humano utiliza impulsos electromagnéticos para generar ondas cerebrales y latidos del corazón. Entonces el sentido común sugiere que los campos electromagnéticos externos pueden tener efectos fisiológicos potentes en nuestro organismo.
Una investigación del Instituto de Tecnología de California (Caltech) y la Universidad de Tokio en 2019 informó que las ondas cerebrales de las personas responden al campo geomagnético.
Los científicos saben desde hace años que las abejas, los salmones, las tortugas, las aves, las ballenas y los murciélagos usan las corrientes eléctricas del planeta para ayudarse a la hora de navegar. Lo que no se sabía hasta ahora era que los humanos tenían también este sentido: la magnetorecepción.
Las pruebas revelaron además que el cerebro parece estar procesando activamente, información magnética y rechazando señales que no son “naturales”, ignorando las señales que son “incorrectas”. Una vez más la biología humana aún no cuenta con una piel «anti ondas electromagnéticas artificiales»
¿Qué podemos hacer de cara a esto?
La respuesta llega a nosotros desde aquel grupo de humanos a orillas del río Zambeze hace 200.000 años, ellos supervivieron para nuestra fortuna, y fue gracias a la medicina natural. Nuestra especie fue llamada Homo sapiens (sabio), y gracias a esa sabiduría fue descubriendo
que nuestro cuerpo cuenta con recursos propios para sanarse y que en la naturaleza sé encuentran los componentes para ayudarlo en esa labor.
En nuestro mundo civilizado, las terapias naturales son las herederas de esa sabiduría y conocimiento, mejoradas con nuevos escubrimientos, perfeccionadas con el uso racional y cuidadoso de la ciencia responsable.
Técnicas ancestrales como la acupuntura, la reflexología y el reiki, pasando por la homeopatía y la naturopatía se unen a técnicas modernas como el biomagnetismo y la bioresonancia para ofrecer alternativas naturales a los tratamientos químicos y las drogas farmacológicas.
En conclusión, la biología aún esconde secretos al Homo sapiens, pero cada vez está más claro que los seres humanos somos mente y cuerpo, o lo que es lo mismo, energía y materia.
Por eso la medicina debe ocuparse por igual de ambos y facilitar la activación de los procesos propios de sanación como lo hacen las terapias naturales, nada es más adecuado para nuestro cuerpo que su propia sabiduría biológica.
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